Desde que en septiembre de 2015 y en el marco de Naciones Unidas se aprobaran por 193 paÍses los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y las 169 metas que los desarrollan, Pareciera que se iniciaba una Nueva Era de la Responsabilidad Social, y muchos creímos que la utopia de un mundo mejor-“esa esperanza consecutivamente aplazada”, en palabras de Caballero Bonald- estaba al fin muy cerca.
Los ODS llegaron como una Epifanía. Eran fruto de un equilibrado consenso, pleno de intereses afines y contrapuestos; de un esfuerzo muy ambicioso, aunque incompleto (por ejemplo, nada se decía sobre los refugiados/inmigrantes) y algunas veces impreciso, pero presentaban como principal novedad el interés por la implicación empresarial y ciudadana, la fijación de metas y el establecimiento de indicadores que permitirían su análisis/revisión cada cierto tiempo. Es verdad que los ODS tenían defectos de forma y fondo porque, como a todas las iniciativas de organismos transnacionales, les faltaba la fuerza de obligar y un liderazgo común. La existencia de órganos que velaran por su cumplimiento brillaba por su ausencia y se dejaba todo en manos de actores (países, regiones, ciudades, gobiernos, empresas…) que fueran capaces de comprometerse con unas metas de naturaleza dispar.
Muchos tenemos la impresión de que, desde hace tiempo, los ODS se han convertido en commodities, es decir, en productos para los que existe una creciente demanda en el mercado; y que, en consecuencia, se acaban comercializando sin diferenciación cualitativa. Han aparecido demasiados mercenarios de los ODS y la constante exhibición del pin multicolor es solo un trampantojo, una ilusión óptica.
Aprovechando, en el próximo septiembre, el sexto aniversario de la aprobación de los ODS, y todavía reciente la publicación por el Gobierno (8 de junio de 2021) de un documento en el que se incluyen el Informe de Progreso y la situación de la Agenda 2030 en nuestro pais, además de la Estrategia de Desarrollo Sostenible, parece aconsejable estudiar, analizar y criticar esos documentos y proponer soluciones alternativas y complementarias que desde la Universidad y en ámbitos especializados (cátedras y expertos en RS y Sostenibilidad) aporten luz a este proceso que no se agota tampoco en 2030. Deberíamos hacer autocrítica y propósito de enmienda, y pedir que todos los países firmantes se reafirmen en su imperiosa necesidad/conveniencia, hagan un esfuerzo suplementario y pongan los medios y los recursos suficientes para cumplir la Agenda 2030. Precisan los ODS de su particular Renacimiento antes de que el tiempo se agote. Al fin, los ODS son compromiso, como lo es la Responsabilidad Social, como lo sería el Green New Deal que, postpandemia, se demanda en todos los ámbitos. Y compromiso es acuerdo (con presupuesto y responsables), olvidando las diferencias y acentuando las afinidades; un pacto en el que todos perdemos un poco y, al tiempo, ganamos algo. Y habría que implantar un modelo de rendición de cuentas riguroso y creíble que, sin retórica, aporte credibilidad al proceso.
Estas razones justifican el Encuentro que se propone, y que, sugerimos, debería finalizar con la publicación de las conclusiones que se hayan acordado en las sesiones de estudio y debate. Un a modo de “Manifiesto de La Rábida” que recogiese el muy necesario parecer de la Academia en tema tan trascendente y que se publicaría para general conocimiento.
Fuentes: Huelva Buenas Noticas y UNIA
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